20 de septiembre de 2010

Gracias (I)




Había una vez una chica un tanto extraña que carecía de autoestima. No se consideraba guapa, ni interesante, ni tenía nada de lo que presumir. Además, era un tanto paranoica y sentía que todo el mundo la odiaba en secreto. Hasta que llegó él.

Al principio le odiaba un poco, porque tenía mucha confianza con el chico que a ella le gustaba. En su opinión, demasiada confianza. Y por eso nunca hablaba con él, era muy seca y apenas le saludaba si lo veía por los pasillos. Después, él se marchó de la ciudad porque se había acabado su estancia allí y debía volver a casa. Como siempre hacía ella, empezaron a hablar después de que se hubiese marchado, una vez que ya no era un peligro.
Poco a poco, se fue dando cuenta de que el chico que le gustaba no era como ella creía ser, y se fue desencantando hasta el punto de discutir con él. Y mientras, este otro chico, un italiano de un pueblecito de Génova, estaba ahí siempre que ella necesitaba alguien con quien hablar.

Se parecían bastante, él también era un paranoico con poca autoestima que además no estaba pasando por su mejor momento. Pasaron varios meses de escribirse parrafadas día tras día, él le animaba y ella intentaba hacer lo mismo con él. No era fácil, porque cada cosa que él decía, cada sensación que él describía le recordaba a ella un momento del pasado, o incluso a veces situaciones que estaba viviendo en aquel momento. Empezó a quererle, pero no se lo dijo. Era demasiado pronto, él podría pensar que ella estaba loca, o pensar que no hablaba en serio. Podría incluso darse cuenta del tipo de persona que ella era en realidad y dejar de hablarle. Ella lo habría entendido, al fin y al cabo, ni siquiera se gustaba a sí misma.

Pero él no dejó de hablarle. Es más, empezó a contarle más y más cosas, como si fuese su amiga de toda la vida y ella, poco a poco, empezó a irle queriendo más y más. Cada vez que le pasaba algo digno de contar, o cada vez que no sabía qué hacer, le escribía, y él siempre conseguía arrancarle una sonrisa.

Un día, él le dijo que iba a volver a su ciudad durante unos días, y ella se moría de ganas por verle y estar con él. Fueron de los mejores días de su vida, pero tuvo que marcharse de nuevo. Y en esta ocasión, mientras el autobus se alejaba, ella no pudo reprimir las lágrimas que llevaban horas luchando por salir a la luz. Lloró como hacía mucho tiempo que no lloraba por nadie. 

No volvieron a verse, pero siguieron hablando y contándoselo todo. Él le ayudó a dar uno de los pasos más importantes en su vida, le animó cuando nadie más lo habría hecho, y ella nunca olvidó ese detalle, ni los otros cientos de miles que había tenido antes. Él había ganado autoestima, pero para ella no era suficiente. Quería que se viera como ella le veía: alguien imprescindible para mucha gente. Él consideraba  que tenía un yo aburrido-bicho raro-filosófico, y era cierto. Pero eso era precisamente lo que más le gustaba a ella. Le quería con todos y cada uno de sus problemas. Sin ellos, él no sería ni la mitad de atractivo, porque ella no huía de los problemas, los mataba a taconazos y golpes de minifalda. Un paseo haciéndose notar y sintiéndose deseada era lo que más le subía el ánimo, y si tenía el ánimo subido, podría ayudar para que él lo subiese también.

Y así hasta el día de hoy, en el que esa chica se ha dado cuenta de que no podría haberlo hecho sin él, que a día de hoy todavía no puede vivir sin saber qué es de su vida y sin conocer cada uno de sus problemas y paranoias de bicho raro, que al fin y al cabo es lo que ambos son. Y hoy, se ha dado cuenta de que nunca podrá vivir sin él, y de que no quiere que se vaya NUNCA.

Esta es, para mí, la historia de amistad más bonita del mundo. A otros les parecerá una mierda, y puede que en el fondo sea así, pero a mí me basta para ser feliz. No necesito nada más que a él.

Ti voglio bene, amore del mio cuore!!